Viernes en la tarde, regreso de un nuevo aborto laboral. Son
las últimas doce horas que estaré de pie, con mi pantalón negro de ropa
americana y la corbata de mi hermano, en ese mal remedo de empresa, donde
obligaban a los guardas a llevar manga larga para estar al sol.
Ayer vendí el microondas para pagar el departamento y hace
una semana la mano de dios bajó del cielo en forma de error bancario, dejándome
en la tarjeta de débito un pago doble que yo retiré sin demora, a sabiendas de
que el lunes este prójimo buscaría otros caminos, para nada obreros ni
provechosos.
Así la cosa, tras
pasar por dos empleos en dos semanas, tengo mis moneditas , y hay que
rendirlas, ser relativamente maduro y responsable, pagarle a la doñita que me
alquila ese nido de pájaro con una ventana que a 20 centímetros tiene un muro gris que no deja ver ni el sol, y un criadero de hongos
para los pies por baño.
Aún a pesar de todo, un hombre de vacaciones es un hombre
relajado y feliz. Es capaz de cualquier cosa, y entre mas seguidas las
vacaciones más feliz, y entre más feliz más capaz.
Me daré un margen de una semana de vagabundería antes de
comprar la extra para buscar otro empleo, a semana por empresa son de tres a
cuatro al mes, pero lo curioso es que las compañías de seguridad nunca se
acaban, son recursos inagotables, como dirían en la escuela.
El bus se va atestado y el olor a axila en su salsa solo es
interrumpido por algún culo hediondo que pasa demasiado cerca, eso me pasa por
no estudiar, me encojo lo más que puedo. Nunca he soportado el roce de la gente,
siempre escondo las piernas bajo el asiento de adelante y cruzo los brazos en
equis aferrándome duramente al tubo de asirse en las curvas, para no tocar ni
ser tocado.
Dice mi madre que cuando tenía un año tenía la costumbre de
pellizcar, patear y golpear a toda la gente que iba sentada en el autobús
mientras iba en sus brazos, hasta que un día me dieron una paliza que acabo con
mi cariño por los pasajeros.
Lo mismo pasó una tarde, en que mi padre acabó con mi maña
de hacer cerotes de plastilina, entró a la casa y me encontró fingiendo cagar uno, y quizás esa paliza me
salvó de la coprofilia, y hasta de la coprofagia, tanto de índole físico como
mental.
De ahí que no vote, ni sea religioso, ni asista a grupos
sociales, ni me guste el roce en los buses.
Volviendo al tema, el bus va lleno, yo miro al piso entre
relajado y molesto, y justo a mi lado, de pie, una chica un poco gorda, con
ropa de secretaria, está a punto de
tocarme.
Y porque no? A ver
qué hace la niña, relajo mis brazos y mi antebrazo y hombro se posan en su coño
y su entrepierna, su calor me resulta agradable, mas aun cuando muy sutilmente,
ella aprieta un poco contra mí.
Esto está mejorando, definitivamente el buen humor nos
vuelve sexis, y qué más da, al fin y al
cabo, hoy soy libre y tan mío que puedo compartirme un poco.
Ella estremece ante cualquier salto del bus y en cada curva
roza mi cara con sus tetas, y yo subo y bajo mis brazos, para rascarme la nariz
o tocarme el pelo, solo para crear un ligero frote que caliente mas la cosa,
eso sí, mantengo la cabeza baja, no quiero que los pasajeros se enteren
demasiado.
Creo que mi pantalón ya deja entrever mis pensamientos, por
algún extraño pudor no quiero mirar mi jareta, algo en mi calzoncillo late al
unísono con los latidos de esta chica, que se acelera poco a poco mientras la
mitad de mi sangre se me fue de la cabeza a otro sitio, y me parece que ya nada
tiene sentido, excepto cogérmela.
Espero que no se baje antes que yo, cuando me baje le
apretaré bien duro mi polla contra sus nalgas y le sugeriré al oído que se
baje, ella lo hará y no le cruzaré palabra ni para preguntarle su nombre, lo
haré como en las películas, hasta después de cogérmela.
Faltan unas dos o tres paradas antes de bajarme, el bus se
detiene, unos bajan y otros suben, obligando a los pasajeros a moverse hacia
atrás, ella queda tras de mí.
Vuelvo un poco el rostro y reconozco su blusa blanca con el
rabo del ojo, suficiente para saber que ahí sigue, cerca de la puerta de
salida, siento sus ojos en mi espalda, ella me desea, lo sé, te voy a coger, te
voy a coger, redobla mi mente.
Llegó el momento, toco el timbre y me levanto, me hago campo
entre la gente y al hacerlo observo dos cosas: la primera, gente que mira y
espera el desenlace, riendo maliciosamente. Puta… se dieron cuenta.
Lo segundo es que al ver su cara por vez primera, puedo
jurar que es la chica más fea que me he topado, y es más gorda de lo que al
tacto y al reojo parecía.
Ella me mira con los ojos ansiosos de eso que no puedo
darle, al pasar a su lado tira su pobre culo hacia atrás y mi miembro se
esconde en mis entrañas, temeroso, me bajo rápidamente y tras haber pasado a su lado, bastante nervioso, ella
susurra en mi oído: “Puramierda”
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