lunes, 19 de septiembre de 2011

Home sweet home



Recuerdo las reuniones familiares.
Temas ingenuos pero cargados de todos aquellos prejuicios que hay en las familias medias de mi país, además del fútbol, Maguiversh, los Magnificos, y toda la basura que las televisoras nacionales nos han metido siempre en la cabeza para poder seguir al aire vendiéndonos publicidad.
Recuerdo a mi madre hablándonos del fin del mundo, de los tres días de oscuridad y de Jesús.
No había una sola reunión de aquellas donde no le hablara al aire, podía repetir cien veces la misma cosa, gritarlo, decirlo bailando o llorando, pero nadie me ponía atención.
Yo quería que se rieran, que me hablaran o que al menos secundaran alguno de mis diálogos.
Como no pasaba, en lo único que pensaba era en ser mayor, porque a los mayores no les dicen que está prohibido meterse en las conversaciones, se ponen atención entre si, deciden qué ver en la televisión y no se les prohíbe ver el Chavo del 8.
Quería ser muy mayor, de hecho, porque la vida de los adolecentes era una mierda y la única salvación a esa mala etapa de la vida, parecía ser llegar a los dieciocho, o al menos eso parecía: cuando mis hermanos adolescentes se quejaban de que no podían ir a jugar al fútbol, o a un baile, o inclusive a la esquina de la alameda, mi padre les decía que cuando tuvieran  su cédula, podrían hacer lo que quisieran, y que mientras tanto, se debían someter a su regla de oro, que era cero salidas, para eso van al colegio y a la pulpería, si todos los días salen al colegio, para que quieren salir más?
La primera vez que me pusieron atención, fue precisamente en un programa de TV de concursos, participé de payaso y gané el primer lugar, aunque el lunes, en la escuela, todos mis compañeros dijeran que ese no era yo, como podía, ese al que todos pegaban, ser un primer premio en la TV?
Por el maquillaje que llevaba encima, no hubo forma de probar mi identidad y recibí una paliza de un compañero, no hablé más del tema. Me gane una canasta de productos de los patrocinadores y una radio casetera roja que no olvidaré.
En fin, seguía sin captar a nadie, era invisible.
En segundo grado de la escuela, por azahares del destino, cayó en mis manos una carta de una de mis hermanas adolescentes, era para uno de sus novios y desbordaba  todo tipo de esas sandeces que podía ser capaz de plasmar en un papel una jovencita enamorada que en los ochentas iba a la pastoral y escuchaba radio Columbia.
Cosas como: sabes (puntos suspensivos) no puedo vivir sin ti, ese es de los que más recuerdo, porque me parecía como si causara un efecto literario de gran impacto, con los puntitos suspensivos y todo eso.
Saben… creo que sin quererlo, mi mente, siempre buscando nuevas aventuras mentales para matar la desidia del niño encerrado y sin amigos, empezó a tejer una nueva cruzada imaginaria para sacarme del letargo.
Resulta que por aquellos días tenía una vecinita de mi edad, con la que todos en la casa me molestaban, decían que me gustaba, pero les juro, ni siquiera me pasaba por la mente tal cosa, mas luego del descubrimiento de las cartas decidí enamorarme de ella y escribirle.
Luego todo fue cuestión de tiempo, en mi casa descubrieron las cartas, las leyeron en una reunión familiar y me ridiculizaron largamente, además, empezaron una especie de cacería de cartas de amor para burlarse de mí cada vez que hallaban una.
Con la chica aún fue peor el infortunio, se podría decir que era una niña de mundo, ya había tenido varios novios y era más despabilada que yo.  Venía a mi casa y me pedía las cartas, y luego volvía en las noches a leerlas en coro con todos los vecinitos mientras se reían a carcajadas, y yo lloraba loco de amor y despecho en mi cuarto.
Mi mente de niño no pudo entender varias cosas en ese momento. Por ejemplo, que escribiendo había logrado la atención de todos, aunque fuera por medio de sus burlas, y que iba más allá, pues se había pasado de ser un tópico hogareño a ser un tema vecinal lo de las cartas, y por último, que había descubierto un placer morboso en el rechazo, dando cierta trascendencia a mi vida.
Agradezco a la vida que en ese momento solo era un niño, de no haber sido así hubiera salido quien sabe cuántas veces con un filo de botella, a buscar camorra y a restregarle en la cara a aquella maldita flaca que ella solo era un pretexto para escribir, como lo sigue siendo ahora, aunque ya nadie en la casa ni en el barrio me ponga atención, y más bien miren con desprecio el "defecto" de escribir: "mejor búsquese un trabajito y madure, porque el arte es una vagancia hecha para el que tiene plata y se puede dedicar a esas "tonteras".
De ahí que sea un poco payaso, un tanto triste y bastante acostumbrado a las malas críticas.


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