sábado, 17 de septiembre de 2011

Carta hallada en la billetera que robé a un millonario.

A ritmo de lunes negro, te repaso.  Son las tres de la mañana y por más que trato de evocar cada detalle de ti y las sensaciones que me das, para no perdonarte, no lo consigo.
Entonces trato de odiarte, imaginar si esos hombres con los que salís te sienten igual que yo, si tiemblan en tu presencia o más bien sos tú la que tiemblas, ante esas figuras adorables y lozanas que te hacen olvidar mi fealdad.  
Tampoco consigo odiarte.
Hace tiempo dejé de seguirte, no soporto verte entrar en esos  sitios perversos mientras  la noche me humilla con tos y temblor de frío.
Ahora te espero resignado, mirando de vez en cuando por la ventana, o al asecho de algún ruido de automóvil, que se detiene frente a la casa para dar paso al rugir de tus tacones sin vergüenza ni remordimiento.
Ya sé que no me quieres, y no me importa. 
Es mas, todos saben que no me quieres y que no me importa. Te dejo jugar despacio con las balas de mis celos, que me apuntes al corazón y dispares una y otra vez mientras todos ríen, pero prefiero morir de amor que morir de viejo.
Cuando vuelves te espero con una sonrisa, con un qué tal tus amigas, tu contestas con un hubieras ido, la pasamos tan bien, te mandó saludes Mariana o Camila o Liliana. 
Me pregunto si es que pones nombre a los falos de tus amantes, y estos, al penetrarte, me envían sus respetos.
Pienso en la vulgaridad de la juventud, seguramente te jalan de los cabellos, palmean fuerte tus nalgas y te llaman perra. 
Yo mismo lo hice con mis amantes cuando fui joven, cuando a fuerza de indisciplina desprecié las bodas de oro, el respeto de mis futuros hijos y el beso en la frente de un nieto.
Siento nauseas de imaginarte allí, siendo la infiel, la mecenas, la del ratito en la noche que no deben amar, porque ama tanto mi dinero que volverá conmigo y se desnudará ante mí, con asco y lástima. 
Cuando vuelves no sé cómo consigues reír, cómo haces que tus ojos brillen como si me amaras, al mirarme sobre ti, jadeante y sudoroso, mientras siento  la culpa del violador, la pena de la víctima y el sabor de la venganza al mismo tiempo.
Sabes y sé que jamás voy a dejarte, y estoy casi seguro que tú tampoco a mí, y sé que nunca te reclamaré nada, despues de todo tengo lo que siempre quise. 
Crecí cuarenta años menos que los hombres de mi edad y nací veinte años antes que tus padres, para amasar mi fortuna, y comprar tu vergüenza en un altar.

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